
No era un globo cualquiera: era azul como el cielo profundo, hecho con tela de nube y fuego de estrella.
Lo decoró con campanas de cristal, luces encantadas y muchos sacos llenos de deseos olvidados.
La noche de Navidad, el mago encendió la llama y el globo se elevó suave, cruzando los cielos mágicos.
Esa noche, Santa Claus estaba en problemas: una tormenta de estrellas lo había detenido, y los renos no podían avanzar.
El mago, guiado por las estrellas, lo encontró en el cielo.
—¿Me ayudas a terminar esta Navidad? —preguntó Santa.
—¡Claro que sí! —respondió con una sonrisa.
Y así, juntos, volaron en el globo azul repartiendo regalos, dejando una estela brillante sobre el mundo dormido.
Desde entonces, cada Navidad, si ves una luz azul cruzando el cielo… no es un avión, ni una estrella fugaz. Es la magia navideña, recordándonos que los sueños también vuelan.
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